Cómo el lenguaje influye tu forma de ser: lo malo se rechaza, lo extraño se explora
El lenguaje no solo describe la realidad: la construye. Las palabras con las que pensamos determinan qué percibimos como posible, qué consideramos amenazante y qué creemos que somos.
Cuando aprendemos una lengua, no solo incorporamos nuevas palabras, sino una nueva forma de organizar el mundo. En algunos idiomas, por ejemplo, el futuro se expresa con mucha distancia (“I will go”), mientras que en otros apenas se distingue del presente (“je vais”, “voy a”). Esa simple diferencia puede influir en cómo una persona percibe el tiempo, la planificación o incluso la responsabilidad.
Lo malo se rechaza
Cuando una palabra está cargada de juicio moral o emocional, el cerebro la asocia automáticamente al rechazo.
Si en tu idioma o entorno se usa “raro” como sinónimo de “malo”, acabarás evitando todo lo que sea “raro”. No por razones racionales, sino porque el lenguaje ya programó en ti una asociación emocional negativa.
Así, el lenguaje puede volverse una jaula: cada palabra cargada de valor define qué merece explorarse y qué debe ser evitado.
“Diferente”, “extraño”, “incómodo” o “nuevo” pueden convertirse, según el contexto cultural, en sinónimos de “peligroso”.
Lo extraño se puede explorar
Pero lo curioso es que lo que llamamos “extraño” no siempre es malo.
Cuando conseguimos separar lo moral de lo desconocido, aparece la curiosidad.
El lenguaje, entonces, deja de ser un sistema de defensa y se convierte en una brújula.
Al aprender nuevos idiomas, accedemos a nuevos mapas mentales.
Palabras que no existen en tu lengua materna te permiten sentir cosas que antes no tenían nombre: el “saudade” portugués, el “sehnsucht” alemán, o el “ikigai” japonés.
Cada uno de esos términos abre una puerta interior. Lo que antes era “raro”, ahora es simplemente otra manera de vivir.
Cambiar tu idioma interior
No hace falta aprender cinco lenguas para liberar tu mente —aunque ayuda—.
A veces basta con escuchar las palabras que usas contigo mismo.
¿Te llamas “tonto” cuando fallas? ¿O “aprendiz”?
¿Dices “qué miedo” o “qué oportunidad”?
La diferencia parece mínima, pero cambia el significado emocional de toda una experiencia.
El lenguaje moldea tus límites.
Y cada vez que transformas una palabra de rechazo en una palabra de exploración, te vuelves un poco más libre.
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